La historia de la arquitectura en ciudades fronterizas del norte de México no puede describirse sin el importante episodio que significó el llamado Volstead Act o -como es conocido de este lado- la "Ley Seca" impuesta en los Estados Unidos de América poco antes de iniciarse los años veinte; este periodo en el cual se asentaron numerosos centros de entretenimiento, como bares, cantinas y casinos en los cuales se ofrecía la venta de alcohol, trajo consigo un fuerte desarrollo económico, así como un impacto social de suma trascendencia para la conformación de lo que ahora es Baja California.
Así, mientras en el territorio estadounidense se daba un giro a la moralidad del país prohibiendo la fabricación, comercialización y consumo de alcoholes, en ciudades fronterizas al igual que en otras cercanas a la línea divisoria con el país vecino, fueron erigidas fábricas y expendios de bebidas alcohólicas, así como negocios afines: prostíbulos, hoteles, restaurantes, casas de juego, estableciéndose incluso el tráfico de drogas (opio). Mexicali no fue la excepción, por lo que muchos extranjeros, principalmente norteamericanos y chinos, establecieron esta clase de negocios en el primer y segundo cuadro de la ciudad. Esto, junto con la coexistencia de otras dinámicas socioeconómicas que fueron definiendo la función de la actual capital del estado, comportó una sobrepoblación territorial de los primeros cuadros de la urbe, instigando un desplazamiento por parte de la población residente de aquellos primeras manzanas hacia las zonas periféricas; esto devino en la aparición de los primeros intersticios urbanos de Mexicali.
A casi 110 años de haber sido fundada esta ciudad, podemos percatarnos que desde hace tiempo han venido erigiéndose nuevos contenedores que albergan los llamados "casinos"; tras la entrada en vigor de un marco normativo que permite la apertura de casas de juego en nuestro país, emergen con un efecto casi multiplicador sitios de apuestas que empiezan a constituirse como una de las más socorridas opciones de ocio para los adultos mexicalenses. Efectivamente, esto no es privativo de esta localidad, muchas áreas urbanas del país han venido experimentando esta metamorfosis del ámbito comercial y de servicios. Se trata de una arquitectura anodina para el Blackjack y las máquinas tragamonedas, atmósferas insípidas edificadas solo para el despilfarro y el calentamiento de sillas la que empieza a conformarse como el referente formal en una cultura arquitectónica aun sedienta de aportaciones pertinentes con el medio urbano, el contexto (por más difuso que éste siga siendo) y de una ciudadanía que desdeña una oferta cultural de la que hace no mucho adolecía este enclave desértico.
Hace cerca de ocho décadas se dibujaban los primeros vacíos en esta y otras ciudades fronterizas; hoy, los paisajes inciertos que durante incontables jornadas aparecían obsoletos en medio del entramado urbano son el objetivo de quienes invierten en este -al parecer- fructífero negocio. Con la velocidad destructiva y voraz del bulldozer y la inmediatez constructiva (y no menos voraz) del tablarroca aparecen nuevos referentes arquitectónicos y culturales en nuestra capital. Habrá que estar expectantes a que el constante devenir de intersticios haga el censo con las ahora estrenadas y concurridas casas de juego... siendo así, habrá que ser también optimistas de que nuestra urbe no decaiga en una suerte de Sin City...