Hoy en día, se han atomizado notablemente, comentándolo como un buen pronóstico, los modos de entender no sólo los nuevos soportes para el arte contemporáneo, sino los lugares de exhibición. Se observa en muchas de nuestras ciudades, como lugares metropolitanos del arte, que las alternativas a través de la instalación multimedia, el happening, o la obra de sitio específico son no solamente ya aceptadas, sino que se convierten en la alternativa más adecuada para referirse a una condición contemporánea en tanto arte.
Asimismo, se piensa en el museo como uno de tantos espacios o estructuras para exhibir, más no los únicos; se opta por el espacio público, por los flujos peatonales, por aquellos lugares de encuentro en donde prima muchas veces la espontaneidad. Pero dentro de la categoría “museo”, como lo entendemos, existen diversas ideas: desde la caja de cristal en donde las arquitecturas buscan ser lo menos protagónicas en aras de una apreciación exclusiva de la obra que se exhibe, tal es el caso del MoMA de Taniguchi en Nueva York; hasta los edificios que, en sus formas, son en si mismos piezas de arte a las cuales “habrá que rendir culto” y que de este modo se convierten en “la pieza que se visita” desdeñándose de entrada la obra contenida en él, ejemplo de ello puede ser el efecto que causó Frank O. Gehry con el Museo Guggenheim de Bilbao. Puedo recordar en su justa escala, proporción y lugar “el Brancusi”, “el Pollock” o el objeto de Sol Le Witt como objetos autónomos, mas no puedo desligar ninguna instalación, ningún lienzo, u objeto alguno del despilfarro formal que caracteriza en su retórica al arquitecto canadiense.
El Museo Experimental del Eco, más que aportar un ejemplo clave de esa “arquitectura emocional” de las postrimerías de la arquitectura moderna en México, más que representar por mucho un paradigma de lo que promovieron aquellos motores de búsqueda de la arquitectura occidental de la segunda mitad del siglo XX (en donde se opta por superar el esquematismo formal del funcionalismo); es un justa opción como lugar de exhibición, posicionándose, según González Virgen en un ensayo publicado por el propio museo, como un “no-lugar”, privándose así del contexto urbano en que se encuentra, reducto del dinamismo urbano del cruce de Insurgentes y Reforma, lejos del bullicio de su entorno; renuncia a su emplazamiento, optimistamente, como pieza arquitectónica.
Desde el acceso se percibe la idea de que es un lugar de experimentación, de espontaneidades, sus muros son el soporte de artistas jóvenes; su espacio no ocupa verse repleto de objetos en sus bases o de cuadros sujetos en sus mamparas, el espacio se presta a ello, qué mejor soporte: la obra no es sin el espacio, sin su envolvente; luego entonces, la arquitectura no aspira a ser emotiva sin el artificio. El patio… tan rojo, tan negro y, de días despejados, tan azul, emblematiza esa arquitectura emocional.
*El texto fue preparado para la clase "Arquitectura, arte y sociedad", impartida por el Arq. Felipe Leal dentro del programa de Maestría en Arquitectura, en la Facultad de Arquitectura de la UNAM. México, D.F., septiembre de 2006.
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